¿Cómo celebrar la fe? La fe, siempre, aún en las malas, es una fiesta

Celebración, Kenia
Celebración, Kenia

Celebrar es hacer fiesta.  ¿Cómo mantenerse en la fiesta de la  fe?   Me viene sólo una respuesta: viviendo de la fe, asegurarse  de que ella mueva la vida de todos los días y todas las horas.  La fe, siempre, aún en las malas, es una fiesta. Hay algunos ejemplos que les quiero poner y que  nos podrían ayudar a vivir la fe, a mantener la alegría.

 Cristina, semillas para la próxima lluvia.

Un día me fui a visitar Kawap, una aldea de la tribu de los turkana.  Eran tiempos secos y de hambre.  La lluvia se había atrasado mucho ese año y no venía.  Cuando llegué vi que cristiana estaba arando el suelo, que era más bien polvo, y que tenía semillas de maíz y de frijol listas para plantar….  El cielo estaba todo azul y no se veía ni siquiera la nubecita del tamaño de la mano que vio el profeta Elías.

Y me puse a hablar con Cristina, curioso de lo que ella hacía y sorprendido de que en vez de preparar una buena comida con esos granos prefiriera arriesgarlos bajo la tierra.  Cristina con una sonrisa grande y con unos ojos que ya veían lo bueno porvenir me respondió: “Mvua itanyesha”…. “Viene las lluvias”.

Cristina, en tiempos secos y de hambre, mantenía la fiesta.  Veía lluvias y veía abundancia y por eso se decidía a perder los pocos granos que quedaban y entregárselos a la tierra.  Nosotros creyentes podemos celebrar siempre, porque creemos en lo que no se ve, en el trabajo de Dios dedicado a nuestra salvación.   ¿Cómo vivir de la fe?  Acostumbrando el ojo a lo invisible.  Cuando vemos lo invisible podemos dar gracias siempre…. Dar gracias es sinónimo de fiesta.

Las mujeres de Ndonyowasin, cantar porque los tiempos son duros. 

Por un año entero viví en un pueblito ubicado en “el fin de ninguna parte”, el más lejos de todos en la diócesis de Maralal.  Su nombre, Ndonyowasin, significa “montañas de colores”.  Allá sí que se sintió el hambre, y es que las lluvias no sólo se atrasaron sino que no llegaron.  Y todo empezó a morir…. Las pastores trataban de mantener las vacas paradas y esto  porque se ponían tan débiles que si se echaban al suelo pues ya no tenían fuerza para levantarse de nuevo…. Vaca que se echaba, vaca que se moría.

Y en esas, cuando la esperanza se quedaba sin promesas, las mujeres se pusieron a cantar…. A cantar y a cantar…. Iban en coro por todas partes y ya estaban roncas…  y cantando desafiaban la escases…. El canto era una oración.  Cuando las cantoras llegaban a una casa el dueño les ofrecía lo que apenas le quedaba, tal vez una cabra, una calabaza con leche fermentada,  un poco de azúcar,  un manojo de hojas de té, o un poco de tabaco…  y todo esto, ahí mismo, lo compartían y para todos, esta vez sí contaban las mujeres y los niños, era como presenciar otra vez el milagro de la multiplicación de los panes.

Los cantos se seguían oyendo en los tiempos duros de Ndonyowasin.  Celebrar la fe es siempre un desafío… es decirle a la dureza de la vida, a los pecados, a la miseria, a la guerra, a la enfermedad, a los desastres…. A todo mal…. Que la victoria la tenemos ya asegurada, que la abundancia está escondida y que se va a ver pronto, que la generosidad nunca va a sucumbir.  ¿Cómo vivir  de la fe?  Cantando, cantando siempre…. El que canta no deja morir en su corazón el recuerdo de Dios y ya el recuerdo de Dios es una fiesta.

Los arenales, los pantaneros y la moto: la mirada siempre alta. 

Cuando llegué al África no sabía manejar bien la moto.  Había siempre manejado la susuki “señoritera” de mi hermana y nunca me había subido a una honda 650.  Y qué caídas las que me pegaba, apenas llegaba a un pantanero o a un arenal ya estaba bien aporreado debajo del aparato.  Sin exagerar, creo que  me caí unas 100 veces, en esos primeros meses.  Recuerdo que una vez, que por lo demás llevaba parrillero, me dio tanta rabia que lo primero que hice al ponerme de pie fue darle una patada a la moto…. Patada irracional, la moto como si  nada y mi pié bien dolido.

De tanto caerme y de tantas rabias fui aprendiendo algunas lecciones.  Al principio, inexperto como era, cuando llegaba a un pantanero o a un arenal me llenaba de susto,  desaceleraba  y agachaba la  mirada al suelo para saber  dónde ponía la rueda.  Una vez me cogió la tarde en una de esos recorridos y  tuve que conducir en la oscuridad, porque además de que el sol se había ocultado las luces de la moto no estaban funcionando.  Esa noche no me caí y llegué a la casa sano y salvo… había recorrido los mismos areneros pero no los veía por la oscuridad y al no verlos  había pasado por encima de ellos sin susto, manteniendo la velocidad y sin agachar la mirada…   Aprendí que para manejar bien no podía ponerme a mirar los areneros o pantaneros y había que mantener la mirada alta, que tenía que mantener la aceleración y así no perdía el equilibrio…

Y creo que así es que vivimos la fe.  Hay pantaneros y areneros en la vida, líos en este viaje de la vida, pero no hay que agachar la mirada y tener los ojos sólo para ellos, hay que mirar a lo alto, mantener la vista alta, a dónde se quiere llegar…. En definitiva en Jesús y en las cosas de arriba, donde Él está sentado.  Me estoy acordando de Pedro, que no iba en moto, iba caminando sobre el agua, y  cuando se agachó para mirar las olas y perdió de vista a Jesús se hundió…. Sí, no podemos mirar los pantaneros, ni los areneros, ni el agua, si queremos llegar hay que mirar a Jesús…  y no podemos desacelerar, es decir, por más grandes que sean las dificultades, el agua, los areneros, los pantaneros, hay que seguir amando.  Si no seguimos en el amor perdemos el equilibrio y nos caemos, nos hundimos.    ¿Cómo vivir de la fe? Los ojos puestos en Jesús, amando siempre.  Nadie le puede quitar la alegría al que mira a lo alto y tiene a Jesús en la pupila y al que permanece en el amor.

Vincent: Un riñón para mi hermano

Vincent quiere ser misionero y está con nosotros en la casa de formación.  Su hermano, un militar joven, sufría deficiencia renal y necesitaba un riñón. Vincent se ofreció a dar uno de los suyos,  ¡es mi hermano! ¡Por él doy hasta la vida!  Y así fue como entró saludable al hospital y le dio vida a su hermano… y esto implicaba poner en riesgo la suya… claro que donar un riñón no es como donar una uña o una pestaña,  hay riesgos… se pone en juego la propia vida…. Pero, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos…” y Vincent tiene ese amor más grande.

Cuando fui a visitar a Vincent estaba todavía dormido por la anestesia, y estando yo a su lado despertó abrió los ojos, y sonrió. Una sonrisa de primer día de la creación y sus ojos que salían de la inconsciencia brillaban de paz.  Vincent está feliz y sus primeras palabras fueron para preguntar cómo le había ido a su hermano con su riñón.

Y ese amor más grande palpita en el corazón de los que tienen fe. De los que se han puesto en las manos de Dios, de los que saben que la vida no puede morir y que dar la vida es la única manera de asegurarla.  ¿Cómo vivir la fe?  Siendo un don para los otros, asegurando lo que somos dándolo a los otros, cabalgando en la muerte para llevar vida a los que están muriendo antes de tiempo o sin justicia…

El parapente y el salto al vacío, y la belleza del mundo desde arriba. 

El último ejemplo me lleva a Jardín, uno de mis pueblos.  En las últimas vacaciones siempre he volado en el parapente y eso es maravilloso.   Para hacerlo uno se amarra a una inmensa lona y empieza a correr hacia el abismo.  Cuando va corriendo la lona se va extendiendo, se va elevando y se vuelve alas para volar.  Y uno sigue corriendo y viendo que se asoma el vació uno quisiera echarse para atrás, pero ya no forma, hay que saltar, cuando uno salta, las cuerdas se tensionan y el viento acumulado en la  lona lo levanta a uno. Y así, uno empieza a planear y gozar la belleza desde arriba.  ¡Ah!, como uno no sabe mucho de esas  cosas, pues no se amarra solo a la lona, se amarra con un experto y él es quien en realidad hace las maniobras del vuelo. Amarrarse a la lona, amarrarse con otro, saltar el vacio, gozar la belleza del mundo desde arriba. Jardín, que es bonito cuando uno lo mira de abajo, se transfigura cuando uno lo mira de arriba.

Esa experiencia ha sido una de las que más me ha ayudado a entender la fe.  Fe es amarrarse a las alas del Espíritu y dejar que el Padre sople y nos mande donde quiera y lanzarse al abismo, saltar…. Y no hacerlo sólo, dejar que Jesús, que él experto en estas maniobras, el consumador de nuestra fe como lo llaman en la carta a los hebreos, sea el que dirija el vuelo….

¿Cómo vivir de la fe?  Amarrando la libertad al Espíritu Santo,  dejar que el Padre nos lleve, dejar las maniobras a Jesús,  correr hacia el abismo y saltar, y el mundo todo, en ese vuelo de la fe, se transfigura, y contemplar y alabar y bendecir y rezar el “gloria” vienen espontáneos…   y así es como celebramos la fe.  ¡Feliz año de la fe!

Jairo Alberto Franco, mxy
Misionero en Kenia

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